
MARIO GUARDADO ǁ Pintar no debe ser una tarea de profanos, ha de ser una cosa que hacen los iniciados hasta con vendas en los ojos. Leonora Carrington era una de esas criaturas que gravitan sobre la línea delgada de la realidad y lo sobrenatural, que a ella le resultaba cotidiano, sabía comunicarse con los caballos, y según sus propias palabras, ella había sido uno de ellos en una vida anterior.
El séptimo Caballo o el arte de pintar con palabras, de escalar desde la base del intelecto común hasta las profundidades del alma, la entelequia, es caminar de la mano de una voz que susurra en medio de un bosque de voces graves.
En este libro de cuentos podemos encontrarnos con el insólito mundo que caracterizó la obra en prosa deCarrington, aquí pululan miles de seres que palpitan su propia vida, incluso exentos de la mano de la autora, seres que asaltan la realidad y la vida cotidiana de la autora para irse como potros desbocados por los parajes a vivir una vida independiente e indiferente a la de su propia creadora, seres dotados de particularidades inquietantes que a medida que vas metiéndote en las espesuras del libro vas topándote en cualquier meandro de la lectura, personajes con similitudes a otros que tal vez hayamos encontrados en otras lecturas, como la melena de Virginia Fur, en “cuando iban por el lindero en bicicleta”, que se nos puede parecer a Rapunzel.
“El esqueleto era feliz sin carne”, esta frase da inicio al cuento, Las vacaciones del esqueleto. Podemos presentir que la autora deseaba liberarse de algunas cargas que le venían incómodas para sentirse realizada en la vida, podríamos encontrar un puente de comprensión entre la historia y lo que puede pasarnos cuando queremos hacer lo que nos plazca, pero hay trabas que nos lo impiden.
Está dibujada también la frialdad de las personas ante las cosas simples, por vivir enfrascados en “acciones inteligentes” y por desmeritar la importancia del sentimiento humano y de la individualidad, al final nos deja el aprendizaje de que es preciso obtener la libertad a partir de defender lo que nos hace distintos y levantarnos todas las mañanas “limpios como una hoja de afeitar”.
El mundo celta del que es descendiente y los cuentos infantiles y los libros leídos, lograron una influencia tangible en su narrativa, por eso leyendo el Séptimo Caballo hay momentos que podemos avizorar rasgos de Alicia en el país de las maravillas, como en el cuento “La puerta de piedra”, cuando la estrella y el huevo se transforman en un niño, un niño que nace hablando con parte de la estrella incrustada en la cabeza como una especie de corona o un hueso más de la anatomía del niño, “un niñito blanco y luminoso”.
La narrativa de Carrington deja entrever su paso por la vida, las continuas huidas, rompimientos, los viajes que hizo a través del mundo, cruzando el océano para finalmente afincarse en una tierra lejana a la suya, pero que ella tomó como propia, de esta tierra adoptiva también tomó elementos para enriquecer su “zoo fantástico”.
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