Hannia Zelaya ǁ Yo espero como Fidelina que El Portador de Luz se sienta atraído por mis artes (y artimañas), porque he escuchado de algunas bocas que el diablo tiembla ante la divinidad de una mujer. Y ya lo anhelaba Fidelina, ser su aliada. ¿O superarlo?
Esta es magia. Magia de mujer volcada en tinta.
Resulta que tanto en el mundo místico como real la mujer domina una cadencia especial para hacer resaltar su notoria presencia. Y comienza un juego de sumisión. Primero nos ponemos al servicio del que se presenta como la Estrella de la mañana y nos despeja la mente del oscurantismo sanguinario.
Nos enamoramos de aquel destello matutino que asegura que la intensidad de la mente es tan poderosa al igual que la de las piernas.
Creamos así los aquelarres de mujeres seducidas por disfrutar del conocimiento y el cuerpo sin reservas ni ataduras morales o espirituales. Un manjar para las que se atrevieron a danzar desnudas bajo la luna, a quienes vimos después arder en hogueras.
¿Te has preguntado qué pasaría si un soplo divino proveniente de la tierra diera vida nuevamente? Voy a crear un mito apócrifo ¿y por qué no? Gaia sopló las cenizas de las brujas, a lo mejor así se lo pidió el diablo.
Ahora podés imaginarlo, esas cenizas que toman vuelo, se mezclan en el aire que respiraron niñas fascinadas con por el conocimiento, y continuaron el juego.
Esta vez no eran sumisas, fueron aliadas. Portando en sus relatos la magia que cruza los océanos y el tiempo, ese espiral donde se mezclan todas las mitologías de La Tierra y llegan a caer en la pluma de María Gallo, para guardarla en una historia corta; años de fuerza atesorada en desiertos, bosques, flores y piedras.
Lo imagino escrito en medio de líneas curvas de incienso morado y con un aroma a candela quemada, “Entre altares y espejos” esconde en sus páginas los sentimientos fantásticos de la emancipación sobrenatural que alberga el alma de mujer. Una apoteosis que nos permita estar al lado, o encima (jamás debajo) de cualquier deidad.
En un relato de regreso a casa, esta corta y potente novela te invita a cruzar un portal a un pasado no tan lejano, de aquel León indígena, lleno de mitos y leyendas reflejados en los espejos de sus casas coloniales y cuentos de camino.
Con la nostalgia de un viaje en ferrocarril, con el fuego envolvente de occidente y con los trazos de hechicería que brota de cada página este conjuro disfrazado en una novela nicaragüense, resultado de una sangre lírica llena de aquellas cenizas.
Llegué a pensar en algún momento que el libro está embrujado, porque esa necesidad que se mueve en mi pecho por ayudar a Fidelina es sobrenatural; ella es una cegua leonesa con conocimiento pagano y ancestral. Y aunque no vomita su alma ni la guarda en un guacal, Fidelina hilvana un encantamiento nostálgico, casi poético donde cuenta las penurias que llevaron su alma a sumirse en su obsesión.
Quise, y aún quiero, que el diablo la tome en cuenta, porque ella tiene fuerza, la fuerza de una humanidad de mujeres que rugen, capaces de superarlo. En definitiva, lo leeré una vez más, esperame Fidelina, allá voy.