EGLA HERNÁNDEZǁ ¿Será que exista alguien que alegue no haber leído nunca sobre aventuras bíblicas? Puede que sí, quizá sean personas que no han estado profundamente comprometidas con una vida tan devota, sin embargo cuando se nace y crece en un hogar religioso es imposible no haber leído sobre estas fantásticas historias que te toca leer, memorizar y santificarlas con una sacrilidad impresionante so pena de ser castigado por tener pensamientos impuros; por ende no podría concebirse en algún cerebro humano ortodoxo que aparezca un cualquiera por allí para darle vuelta al bendito pentateuco y lo redacte de un manera tan gráfica e impúdica, pero a la vez tan humana y apegada a la realidad de la vida como lo hace José Saramago en Caín (2009).
Desde que cae a tus manos te atrae por completo, no solo por la ruptura en signos de puntuación, característica infaltable en Saramago, sino porque al fin te permite leer al personaje como un ser humano real y no religioso.
La historia es narrada como si viajásemos en una máquina del tiempo, no persigue el orden cronológico que aparece en la Biblia, sino que te lleva y trae con Caín, el personaje principal, de una época a otra, con la especialidad de no confundirte porque te mantiene anclado al hilo de la novela. Además, aborda a ambos sexos desde la misma perspectiva, no hay mujeres sumisas al servicio de los que han sido los protagonistas principales de cada libro que conforma en el Antiguo Testamento, ellas tienen voz y presencia en cada escena que participan con nuestro antihéroe protagonista sin caer panfletos de moda de estos momentos; corta y persuasiva, que merece la pena ser leída para disfrutar de una versión bíblica jocosa que en otras culturas es imposible obtener.