ALDO ALDANAǁ El escritor uruguayo Mario Benedetti (1920-2009), es de esos autores cuyo nombre se deslizan en algún que otro sitio de internet, es citado por otro autor, te lo topás en un prólogo o dedicatoria, pero apenas sabés de su obra, no sos consciente del porqué de su trascendencia, no te dice nada que sea de la generación del 45, que moldeó la identidad cultural uruguaya contemporánea.
Leer a un autor con una bandera de sumo peso sin duda es difícil, sobre todo porque al final no sabes ni siquiera si debés disfrutarlo o darte la oportunidad de dejarlo sin ofender a vacuo mundo de la élite literaria, pero Montevideanos, una colección de cuentos que publica en 1959, me permitió conocer la faceta de narrador de este señor, sin mucha dificultad, resultando una experiencia gratificante.
Me quiero detener en tres relatos que se incluyen en la colección: El presupuesto (1949), Sábado de Gloria (1950), Se acabó la rabia (1956).
Los cuentos constituyen una crítica a la burocracia, al maltrato dentro de la familia, a la hipocresía de los abolengos, y a la temeridad que victimiza a cualquier ciudad.
¿Cuántas personas conocemos que han eternizado en sus trabajos, aumentando sus cargas horarias, estancadas en mecanismos y procedimientos decadentes, apenas y capacitados ante los avances de la tecnología? El Presupuesto, es un retrato de infinidad de trabajadores en nóminas estatales, cuyos salarios se estancan por años mientras todo a su alrededor parece subir costos; demuestra la monotonía y el desperdicio de recursos que suponen estructuras que todo el sistema parece olvidar por las “prioridades”. Benedetti se la carga no solo a los dueños del poder, sino no a lo pusilánime de la humanidad que se conforma con lo estable, construyendo castillos en el aire cuando se cumple un año más y su salario sigue igual.
Sábado de Gloria, nos cuenta la historia de una pareja, con una monotonía de la cual pende su estabilidad y tranquilidad, con rutinas que trazan desde las horas de las caricias y las de hacer el amor, el sábado del relato, idílico y tranquilo, se irrumpe tan sereno, por la figura de la muerte, la cual el lector espera con la serenidad pasmosa del que sabe lo que pasará.
Por su parte, Se acabó la rabia, le llegaría al corazón a los amantes de los perros, Virginia Woolf había hecho de Flush(1933) el testigo ocular de los amoríos de sus amos, con Fido, Benedetti nos lanza sin remordimiento alguno, a la fidelidad de un perro, a sus rencores y vivencias, a la terrible injusticia humana que cobardemente se ensaña con el débil. Fido fue fiel hasta el acabose, y el autor nos deja con el suspenso de la posteridad.
De los tres relatos, Se acabó la rabia, es con el que Mario Benedetti se ensucia las manos un poco más, abandona la aparente inocencia, la necesaria prudencia que mantiene en los demás relatos, donde parece no querer explotar con lo irrisorio de la humanidad y solo nos regala, como si fuese un ancla, el punto de seguridad para que como lectores no perdamos la esperanza en los montevideanos, que son también managüenses, mejicanos, cachacos y bonoarenses.
Los otros dos cuentos encierran el otro objetivo papable de la obra, las relaciones íntimas, la familia. Varios de los relatos tienen una atmósfera de conflictos, de secretos, de resentimientos que muchos seres humanos cargan por un pasado que no supieron cerrar y que determinan sus vidas, aunque todos tienen un elemento en común: ocurren en Montevideo.