BÉKER DÍAZǁ Dentro de unos meses mi hermano será papá por primera vez. La paternidad no la he puesto dentro de mis proyectos más próximos, sin embargo como buen tío, me estoy preparando con las historias que voy a leerle a mi sobrina, porque creo será mujer. Sí, le voy a leer El Principito, también a los hermanos Grimm y a Charles Perrault. Y existe una tierra en especial que me hace mucha ilusión que recorra: La tierra de Oz.
Cuando Lyman Frank Baum publicó el primer libro de esta serie, El maravilloso Mago de Oz en 1900, nos legó una de las obras más ricas en imágenes y contenido de la literatura fantástica e infantil. Es una fuente inagotable de moralejas y críticas a la sociedad anglosajona de su época. La obra fue un éxito desde que vio la luz, tanto que Baum escribió trece libros más. Una parte de ellos se editaron como obras póstumas. Algunos estudiosos creen que son más, y los restantes no fueron encontrados.
Nuestra heroína es Dorothy Gale, una pequeña aldeana de Kansas quien vive con sus tíos y su perro Toto. Cierto día un ciclón arranca su casa para transportarla a la tierra de Oz, un desconocido paraíso que a pesar de ser bello no representa para ella un hogar. La niña quiere volver con su familia, porque “se está mejor en casa que en ningún sitio”. Para ello deberá ir a Ciudad Esmeralda, a entrevistarse con el Mago de Oz y pedirle ese deseo.
Los compañeros del viaje serán tres singulares personajes: un león que desea valentía, un espantapájaros que quiere tener un cerebro, y un hombre de hojalata que anhela un corazón. Juntos vivirán la aventura de ir por las baldosas amarillas para procurar cada uno el favor del mago.
He de decirlo: primero vi la película, una excelente adaptación de 1939, de las primeras en technicolor, donde Judy Garland deslumbró con su interpretación y nos legó a su vez una de las canciones más recordadas del cine, Somewhere over the rainbow. Pocas adaptaciones he encontrado con tanto reparo en los detalles.
La novela no ha estado lejos de la controversia, los teóricos siguen tejiendo hipótesis acerca del significado de esta obra. Algunos aseguran que Oz representa el símbolo de la onza, que era la medida del oro en algunos sitios de la época, otros, que las baldosas amarillas son las falsas promesas de los políticos en turno. En 1928, teniendo como base algunas afirmaciones similares, la obra fue censurada para todo público infantil.
Lyman Frank Baum escribió unas cincuenta novelas, centenares de poemas, guiones, entre otros, sin embargo, es por el Mago de Oz que lo recordamos.
Lyman Frank, Dorothy y Oz no morirán dentro de nuestro imaginario siempre que haya gente dispuesta a transmitirlos, ya sea regalando un libro, pidiéndolo prestado, o leyéndoselo a su sobrina. Hoy soy yo quien la llevará por ese camino con mi lectura.
Y ahora que lo pienso, Dorothy sería un buen nombre para ella.
Béker Díaz (1995, Matiguás). Hijo de dos profesores. Médico. Ocupa sus tiempos libres para componer y cantar.