El cantor del tiempo

Maynor Xavier Cruz

Docente en universidades mexicanas y centroamericanas, consultor, vendedor de tomate en España e Italia, se ha casado tres veces y ha sobrevivido a la misma cantidad de terremotos, muchos solo lo conocen como “El poeta Perezalonso”.

Agosto, 20, 2020:  Esta mañana un poeta ha muerto en León

Cuando asistí a las diez y media de la mañana a los funerales de Carlos Perezalonso en el Cementerio Guadalupe de León el 21 de agosto de 2020, recordé los funerales del Comediante en la novela gráfica de Alan Moore, Watchmen: la imbécil sinfonía de la lluvia lanzándose lenta sobre quienes silenciosos acudimos a su entierro, unos paraguas abiertos y las cruces, que como flores de cemento nos indicaban los senderos para no invadir su espacio y el cuerpo que debajo de ellas descansa.

Guareciéndonos bajo las ramas de un árbol de nim, éramos al menos unas cincuenta personas quienes rodeábamos el ataúd. La amenaza de una pandemia hizo que muchos no salieran de sus casas; quienes fuimos, usábamos la protección básica que se exigió para evitar los contagios de la misma: tapabocas, un pequeño utensilio que se añadió a nuestras prendas de vestir desde mediados de marzo de ese año, y que en ese momento sirvió para cubrir la tristeza de quienes lo entregábamos al camposanto de su ciudad natal.

 Los últimos en llegar fue una brigada de sus amigos de antaño que vino desde Managua, cada uno con un recorte de sus anécdotas con él; la pandemia, lluvia y el tráfico no les impidió su venida.

Algunos de los presentes se movieron de sus sitios porque empezaron a empaparse. El lodo y los charcos aparecieron a nuestro alrededor; quienes asistimos a la capilla donde se realizó su misa de cuerpo presente sabíamos lo que nos esperaba en el cementerio.

Por mi parte, no me acerqué al ataúd más de lo requerido, la muerte es una anormalidad que no soporto, y el llanto de los dolientes no es algo que disfrute.

Esa mañana era yo sintiéndome Rorschach, el compañero del Comediante, por eso decidí terminar lo que inicié en julio de 2019; lo que sigue está escrito en presente, el tiempo donde Perezalonso sigue vivo.

***

México,  198…

El grupo musical del momento hace un recorrido por las diferentes ciudades en el interior del país. En el bus, llevan parte de los fanáticos que los siguen en cada concierto, y una mujer embarazada da a luz a mitad de camino.

El vocalista, joven, barbado y de pelo largo, es el padre del recién nacido. Se ha acercado a un tipo flaco y advenedizo que los ha acompañado en la gira, apenas tiene unos días de conocerlo.

—Amigo, ¿quiere ser el padrino de mi hijo? —le preguntó.

—Está bien —le dijo el segundo con la parsimonia que siempre lo ha caracterizado.

El cantante se llama Marco Antonio Solís y el grupo, Los Bukis; el flaco se llama Carlos Perezalonso, un amigo de él y fanático del grupo fue quien lo invitó a la gira.

La amistad de ambos compadres comenzó desde ese momento.  

—Cuando estuve trabajando en Guatemala —me dice— se dio cuenta y me llamó por teléfono. “Compadre, ¿cómo está?”, me preguntó, luego hablamos un par de cosas más y me preguntó que cuántas personas trabajan conmigo, le dije la cantidad y a todas les dio pase VIP para su concierto.

No solo este hecho lo une a México, que fue el primer país en el que exilio hace sesenta años, también lo une la literatura. En él recibió talleres con Juan José Arreola y Luis Villoro.

—Cuando conocí a Juan Villoro en una actividad de Centroamérica Cuenta le dije: “Así que sos hijo de Luis Villoro”. Me dijo que sí, entonces le confesé: “Tu papá me dio clases”. Se sorprendió y le fui contando todas las anécdotas que recordaba de su papá. Estaba muy feliz de saber que un nica le hablaba de su papá.

  Además de los mexicanos, en Nicaragua tuvo de maestros literarios a Juan Aburto, Pablo Antonio Cuadra, Carlos Martínez Rivas, Fernando Silva, y el padre Ángel Martínez, que era profesor de literatura.

—Solo dundos… —me dice con ironía.

Por su forma caballerosa de ser y su hablar parco ha sido del agrado de varios escritores y embajadores.

Ríe al recordarlo.

—Una vez se le hizo en México un homenaje a Pablo Antonio Cuadra promovido por Octavio Paz y Pablo Antonio me invitó. Octavio dijo que saldríamos a cenar y algunos de los organizadores creyeron que los incluía, pero dijo: “No. Solo nosotros tres”.

Luego recordó otra anécdota.

—Como he sido un poco sociable, hace algunos años le dije a un embajador de Italia que yo tenía uno de los poemas más cortos del mundo. Vas a creer vos que no recuerdo que porqué terminamos hablando de ese tema pero él me pidió que dijera el mío y dije: “Melón: Agua de miel, agua que se muerde”. Me escuchó atento y me dijo que un paisano suyo de nombre Giuseppe Ungaretti se me había adelantado muchos años antes con un poema más corto; le propuse que me lo dijera y lo recitó en italiano: “Mattina: M’illumino d’immenso”. Era cierto, el del italiano era más corto que el mío.

Así como ha tenido gratos recuerdos literarios con algunos personajes, también ha tenido desaguisados, como el de la feria de libros en el Simposio Dariano de León en 2016, cuando de forma grosera le desmantelaron la feria que había organizado porque algunos libros expuestos eran parte del sello editorial de la Promotoría Cultural Leonesa, con quien la directora de los simposios no comulga por razones políticas y personales.

 Al día siguiente de la feria, apareció en la Biblioteca del Banco Central de León con una camiseta con la leyenda “Soy Perezalonso”, ahí era uno de los sitios donde se exponían algunos ensayos sobre Rubén Darío, era la víctima y llegaba a dar la cara ante los expositores invitados.

Ya sea por voluntad propia o escapando de dictaduras ha sido un trotamundos, un exiliado que supo dejarnos en sus poemas parte de su historia.

***

  Tiene la piel de pergamino, su barba y su pelo  son un paisaje ártico, no es para menos, acaba de cumplir setenta y seis años, ya no es el joven que a los diecinueve ganó el primer concurso nacional de poesía Joaquín Pasos, en 1961, ni el compañero de travesuras de Beltrán Morales y Julio Cabrales en la adolescencia,  sus amigos escritores que perdieron la razón, no es el mismo tipo que hizo enojar a Julio Iglesias porque le dio un ataque de risa cuando el cantante español deleitaba a los asistentes al Hotel Intercontinental en Managua a principios de los años setenta.

  —Si el caballero no deja de reírse me retiro   —amenazó el cantante.

  No se calmó.

El sobrino del presidente Somoza apareció y preguntó qué había pasado.

  —Nada —dijo Perezalonso—, el cantante dijo que si no me calmaba él se retiraba. Y no me calmé.

  —Tranquilo —dijo—. Volverá. 

 Algunos miembros de la Guardia Nacional se dirigieron al camerino de Julio Iglesias.

 —Siga cantando.

 —Pero ellos se están riendo.

 —Ni modo, siga cantando —le dijeron.

Así se hizo.

—Y tuvo que cantar —me dice y todavía se pregunta el porqué de su ataque de risa.

***

Su casa en el barrio La Cuchilla, al sureste de la ciudad de León, bien podría ser un observatorio para descubrir más planetas, una torre donde Rapunzel decida usar su pelo para escaparse sin retorno, un faro para los barcos que buscan puerto, pero no, es el lugar donde tiene su oficina y sus libros; cada mes le llega un ejemplar nuevo de la revista mexicana Nexos, por su amistad con el director de la misma, Héctor Aguilar Camín.

—A él lo conocí en los seminarios que recibí con Arreola antes de los setenta. Éramos varios en ese seminario, algunos eran del grupo Espiga Amotinada.

Su nombre completo es Carlos Manuel Perezalonso Paguaga, leonés, nacido el 16 de junio de 1943. Hijo de Josefina Paguaga Pinell y Gilberto Perezalonso Robelo, también poetas. Con ellos y motivado por la escritora María Teresa Sánchez es que publicó su poemario Nosotros tres en 1965 con la editorial Nuevos Horizontes, propiedad de Sánchez. Era su primer libro, y en él compartía poemas con sus padres.

A ese libro le seguirían una decena más, pero sin coautoría.

María Teresa fue también que publicó mi primer poema cuando yo tenía trece años.

Habla más despacio de lo acostumbrado, desde marzo le pidieron guardar reposo, algo que no le impidió publicar su poemario Cancionero del tiempo en mayo, un mes antes de su cumpleaños, con un epílogo de Anastasio Lovo, su amigo, quien junto a Erwin Silva han realizado la mayoría de escritos sobre sus poemarios.

—Además de las balas y el exilio, he sobrevivido a tres terremotos —me dice—. Uno en el 72, otro en 85 y 2001.

Se refiere al de Managua, Ciudad de México, El Salvador, cada uno con altas cifras de fallecidos.

—Corrí con suerte, porque también sobreviví a la misma cantidad de matrimonios —ríe.

Su exilio inició en 1959, luego que la guardia masacrara a los estudiantes de León en julio de ese año, dejando un saldo de más de setenta heridos, y cuatro muertos por parte de la universidad. A raíz de ese acontecimiento su padre apresuró su salida a la ciudad de México para que iniciara estudios de Derecho en la Universidad Iberoamericana, y en la que se terminó graduando en 1965.

—Ahí tenía un tío que era rector. Y se vino a llevar a varios para México, de derecha, de izquierda, de centro. Ahí se fueron varios a estudiar.

Luego pasaría por otros países: España, Italia, El Salvador, Guatemala.

—En Italia y España vendí tomate —dice riendo—; es que lo que yo vendía era pasta de tomate. Y era porque yo viví en Culiacán y desde ahí me moví hasta allá, pero solo fue por poco tiempo que anduve por esos países europeos,  luego me regresé a México, país en el que viví treinta años.

No solo fue vendedor de tomate, también tuvo su etapa de docente universitario.

—En México y El Salvador también impartí clases en universidades. En México, en la Universidad Iberoamericana y también en la Universidad Autónoma de Sinaloa. En El Salvador, en la Universidad José Matías Delgado. Y pues, aquí (Nicaragua), estuve en la UCA, UCC y en la Thomas More. En todas impartí clases referentes a Derecho o Administración de empresas.

—¿Cómo llegó hacerse docente de Economía si se graduó en Derecho?

—Es que saqué una maestría en Administración de Empresas en el INCAE y dos post grados en México, uno en Mercado de Valores y otro en Finanzas Corporativas.

—Comprendo. Supe que también vivió en Guatemala. ¿En qué se desempeño ahí?

—Trabajé como consultor para algunas empresas.

—¿Cuándo fue eso?

—Eso fue entre 1995 a 1998.

—¿Qué hizo después?

—Me fui a trabajar a El Salvador.

***

Rudo marinero, marinero fiel,

(Roberto en el patio estrena

Un charco nuevo con veleros de papel.)

Hermano:

                Qué dolor me causaría verte

                Navegar por los mares de la muerte

                Ahí, no navegarías en veleros de papel

                Marinero rudo, marinero fiel.

Este es uno de los poemas con el que participó en el Concurso Joaquín Pasos y sobresalió entre otros dieciocho participantes.

“Al abrir las plicas de identificación se encontró que Chileno corresponde a Carlos Perezalonso P.; Trilce a Armando Incer H.”, reza el acta del jurado conformado por el Dr. Edgar Buitrago, Ing, Raúl Elvir Rivera y Dr. Mariano Fiallos Oyanguren, frente a los directores de la revista Ventana, Br. Fernando Gordillo y Br. Sergio Ramírez.

“El joven Carlos Perezalonso, Primer Lugar, de diecinueve años de edad, es una magnífica promesa para nuestras letras, y podemos asegurar que Ventana lo descubrió mediante su concurso”, decía el comunicado escrito en la revista número ocho de Ventana, donde también salió publicada el acta y parte de los textos de los diecinueve participantes, eso hace más de cincuenta años.

—Cuando dieron el fallo yo me encontraba en México y retiré el premio al regresar.

El premio consistió en ciento cincuenta córdobas al primer lugar, y la mitad, setenta y cinco para el segundo lugar. Era algo más simbólico que lucrativo.

 A este premio se le sumarían el Mariano Fiallos en 1967, en la rama de cuento, y un segundo lugar en Fundación Libros para niños 2010, con un cuento infantil.

Tres premios, trece libros publicados, la mayoría fue de poesía y publicados en Nicaragua.

—En México publiqué Cegua de la noche en 1990. Y en El Salvador, Orígenes y Exilios en el 2002, y Estancias y otras consignaciones en el 2006.

***

Aquí sigo suspendido en el tiempo

Colombia, finales de diciembre de 2014

En el pasillo del hospital del Instituto de Cardiología de Bogotá espera su esposa, la escritora María Celia Sandino, con quien se casó algunos años atrás en el mismo barrio en el que ella ha vivido. En la boda asistieron escritores, familiares y amigos de la pareja.

Ella ha estado pendiente de él y su salud desde que contrajeron nupcias.

En la sala de operaciones está tendido, una batería de médicos le hace una operación a corazón abierto para colocarle un bypass.

—Los colombianos son expertos para ese tipo de operaciones —me dice.

Tenía setenta y dos años, las probabilidades que saliera vivo eran escasas, por eso cuando despertó uno de los médicos le dijo que había vuelto a nacer.

Ahí paso el Año Nuevo.

 A mediados de enero de 2015 volvió a Nicaragua y reposó un tiempo prudencial. En casa recibiría la visita de sus hijos, nietos y algunos amigos.

Después retomó las salidas con los escritores leoneses donde pudiera hablar de literatura y proyectos literarios, pues con María Celia tiene una Fundación de nombre Casa de Poetas, con la que han organizado eventos y publicado en trípticos a algunos poetas de León, Chinandega e información sobre la historia del himno nacional.

María Celia ha sido la compañera su compañera en cada proyecto que ha tenido desde que se casaron el 12 de diciembre de 2011 y también quien lo ha acompañado en alguna presentación de algún libro entre Managua o León.

***

—¿Cómo llegó a trabajar en un banco?

—¿Yo? Es más, me negaron un puesto —recuerda—. Fui a pedir trabajo en el Banco Nacional (a principios de los años setenta), y pasé justo por una puerta y veo que están viendo mi currículo y el que seleccionaba le hacía señas al otro de que yo no. Ahí lo dejé sabía que después nos volveríamos a ver las caras y así fue.

Hace memoria.

—¿Cómo llegué? Ahhh, sí, ya recuerdo, fue por Roberto Solórzano Marín, lo nombran presidente del Banco Nacional, y él me nombra su asistente. Yo estaba en una oficina frente a un escritorio, y Juan Aburto en otra. A las cinco de la tarde salíamos a beber Aburto y yo. Él me enseñó a compartir el conocimiento, por eso me gusta apoyar a los escritores que vienen iniciando en este oficio. Bebíamos y hablábamos de literatura y de otras cosas más.

Carlos Martínez Rivas también se uniría a esas salidas etílicas.

—Recuerdo que una vez le dije a Carlos: “Nosotros venimos del extranjero de saco y corbata, y vos también”.

Martínez Rivas se lo negó.

—No te me negués que yo te vi.

Ante esa afirmación el poeta no siguió mintiéndole.

A las parrandas en Managua se unieron Edwin Yllescas, Roberto Cuadra y algunos pintores de esa época.

Era la Managua post terremoto y pre revolución, era la ciudad en la que artistas sabían dónde encontrar a los demás, aunque siempre a él se le vio con Juan Aburto.

—Mi amistad con él fue tanta que me dedicó un cuento de título «El convivio», en el libro que lleva ese mismo título. Y pues, también por casualidad murió en mis brazos cuando fue invitado a un encuentro de escritores en México a finales de los ochenta, y Napoleón Fuentes y yo lo acompañábamos una noche por el D.F.  

***

Managua, 22 de diciembre de 1972

Julio Cabrales y Carlos Perezalonso, ambos frisaban los treinta años, deciden jugarle una broma a las señoras y señoritas que se encuentran en la azotea del Hotel Balmoral.

La piscina los espera, quieren incomodarlas. La noche y saber que su travesura será peor de como cuando se fue con él y Beltrán, sus amigos del Instituto Pedagógico de Managua, a visitar una cantina cuando eran menores de edad.

—Váyanse de aquí nos dijo el dueño, yo no les vendo a ustedes —recuerda—. Y Julio Cabrales le dijo “puede que seamos menores de edad, pero en conocimiento somos mayores que usted”. No nos vendió nada y nos corrió.  Ni modo, nos tuvimos que ir de la cantina.  

O cuando se iba de noche con ellos, “pequeños demonios en la barca diminuta”, a las orillas del Xolotlán para verle las piernas a las cabareteras que bailaban en un improvisado bar de madera sobre las aguas del lago “entre los tablones del piso crujiente, con los pasos del danzón y el bolero que hacían llover sobre sus cabezas cal, aserrín y ceniza”; o buscando en el cielo platillos voladores mientras Cabrales les comentaba el nombre de cada constelación.

—Una noche vimos los famosos platillos voladores y Beltrán me dijo “de esto no le contemos nada a nadie, si no pensarán que estamos locos” —me dice sonriente.

El plan esa noche en la azotea capitalina estaba trazado, ni Perezalonso ni Cabrales se echarían para atrás.

Se quitaron la ropa y se bañaron desnudos, causando el estupor entre las testigos de su hazaña. Ellos lograron su objetivo, ver las caras avergonzadas de las señoras y notar que algunas decidieran llevarse a sus hijas.

A ellos no les importó, siguieron bañándose hasta que el frío les indicó que debían abandonar la piscina y también el hotel.

Horas después fue el terremoto que acabó con Managua e hizo que olvidaran su impúdica hazaña nocturna.

***

Antes de mediodía de ese 21 de agosto de 2020, parte de sus amigos abandonamos el cementerio, buscamos un lugar para hablar de él, para hablar de alguno de sus libros, del que era nuestro preferido, o de su tiempo que compartió con la mayoría de nosotros en algún país, algún bar o en la presentación de un libro suyo o donde fungió como presentador. 

Atrás quedaba su pasado como docente de universidades en México, El Salvador y Nicaragua, atrás quedaban sus anécdotas con escritores en los países que visitó, atrás quedaba su etapa de mentor, apoyando a los escritores jóvenes como Juan Aburto lo hizo con él: “tachando y tachando hasta lograr un texto limpio”, atrás quedaba su experiencia como economista en Italia, México, Guatemala, El Salvador y Nicaragua. Atrás quedaba él y la muerte de los amigos que lo quisieron.

 Anastasio Lovo en algún momento escribió que «las maletas de Carlos Perezalonso nunca han descansado», esa mañana veníamos de ver que su viaje con maletas se había detenido, dejando en nosotros una ciudad incendiándose con su recuerdo.

(Nota: Las fotos de Carlos Perezalonso usadas en este reportaje fueron hechas por el poeta Enrique Langrand. Y la otra imagen pertenece a la novela gráfica Whatchmen.)

Maynor Xavier Cruz (Chagüitillo-Matagalpa, 1988). Licenciado en Comunicación Social. Escritor. Ha escrito dos novelas, Palpitaciones (2014) y La perseguidora (2016). Le gusta leer novelas negras, y escribir reportajes sobre escritores nicaragüenses.

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