ENRIQUE GRANADOSǁ Antes de leer La perla (1947), novela corta de John Steinbeck (la que sería una obra para adaptarse al cine y con esa intención la estructuró el autor, quien además tuvo la oportunidad de participar ese mismo año en la película homónima) vinculaba el concepto con la riqueza del mar y no me equivoqué.
Al leerla, encontré a un narrador estético que me cuenta en tercera persona cómo enfrenta la vida Kino, un pescador que vive en una casa (construida con ramas) con Juana, su mujer y Coyotito, su tierno y único hijo.
Esta joven familia de escasos recursos, vivía en una remota comunidad costera, las condiciones de todos los de ese sector eran parecidas, entre ellos Juan Thomás, hermano de Kino y su cuñada Apolonia, que adelantándome un poco, tuvieron en la historia un papel secundario, ellos, junto a la familia protagonista se ubicaban a cierta distancia en la parte derecha del pueblo. Diferentes vidas tenían los habitantes de la parte izquierda, en esa zona de privilegios estaba el médico, el criado del médico, el cura y los compradores de perlas, ya apropiados de un paraíso en ciernes en las costas del Pacífico. Complementaban la novela el resto del pueblo con los infaltables mendigos que a cualquiera con sentimientos hacían reflexionar.
Sin embargo, aun con escasez, la familia de Kino vivía relativamente feliz, realidad que se extendía a los vecinos de su sector.
Debo confesar que el narrador me agarró y me zambulló sin compasión: descripciones, acciones y suspenso, incluso para mejor control me puso unos temas de fondo con las canciones familiares de Kino. Steinbeck es un salvaje que desplegó todo su arsenal narrativo desde el primer capítulo de los seis que tiene la novela.
La trama inicia cuando un escorpión se le interpuso al inocente Coyotito, Kino reaccionó, sus ojos cálidos se pusieron fieros, también Juana se crispó, pero no hubo tiempo, el animal picó. Kino con ira lo estrujó y Juana, como indígena que era, succionó en la herida para que el veneno no se regara en el cuerpo de su hijo. Debido a los gritos, la comunidad se volcó, había que salvar al niño y su madre, muy paciente pero segura pidió la presencia de un doctor, su padre también lo quería, la comunidad siempre lo deseó aunque el espécimen en ese lugar fuera extinto o nada más una ilusión.
Juana, siendo resuelta como en verdad lo era, con solo mirar a Kino, partieron en busca del doctor, y la familia aldeana de la derecha los acompañó; en el trayecto, otros en apoyo o por curiosos se agregaron, entre ellos los mendigos que saben mucho de economía, por ende, indagan los reconocimientos, querían comprobar la actitud del doctor porque esta vez se trataba de un niño, paciente que por no tener dinero su salvador se le escondió.
Kino con ira impactó una de sus manos en el portón de hierro, sin importarle quedar manco, Juana, de nuevo le habló a través de sus brillantes ojos, al instante dieron la vuelta, regresaron y en su canoa histórica se refugiaron en el mar para curar al niño como lo hacían sus ancestros, también tenían la esperanza de encontrar una perla, idea alimentada por la canción familiar, la hallaron y les pareció la más grande que habitantes del lugar jamás habían visto, creyeron haber resuelto sus problemas, no solo la cura del niño sino también otros sueños como su casamiento por la iglesia. A partir de ese momento hubo paz y esperanza, mal y fatalidad.
Sin haber avisado a nadie todos supieron de su riqueza, despertando envidia en la comunidad, el medico por interés y por maldad apareció, el cura por necesidad los visitó y los superiores compradores de perlas prepararon a sus operadores con todo su tejido social para desvalorizar la perla y comprarla bajo precio.
Mientras tanto, Kino se erizaba cuando escuchaba cada canción familiar, se incomodaba de los consejos cortos de Juana y de su mirada profunda que era su conversación más larga, un día que ella decidió deshacerse de la joya no la soportó y golpeó con rabia a su mujer.
Tuvo que huir del pueblo porque unos ladrones querían la perla y entraron a su casa (la que terminaron quemando) para asesinarlo. Siendo perseguido, ya se imaginan el derroche de adrenalina y figuras literarias que ocurrió en el escape por caminos, montes y serranías, de nuestros héroes, por la persecución implacable de degenerados corruptos que hacen atrocidades protegidos por un sistema.
Después de que le destruyeron su barca, una herencia sagrada, tuvo que matar a uno de los que lo enfrentaron, del cual salió herido. , Juana recuperó la perla y volvió a insistir «…Devuélvela al mar. Nos ha traído el mal. Kino, esposo mío, nos destruirá…», le dijo delicada y firme, fue la comunicación oral más larga que le haya dicho mientras lo curaba. Él, rotundamente se negó y decidió marcharse del lugar con la esperanza de venderla y rehacer sus vidas en otro lugar. Juana, también era dócil y leal y con el niño lo acompañó, aunque algo les pasará nuestros protagonistas por la avaricia de quienes los asechan.
La perla es una obra con un esqueleto narrativo sólido, acelerada por conflictos verosímiles que por ningún motivo, estimado lector, se la debe perder.