JOSÉ LUIS PEREIRAǁ La idea aristotélica de que lo «justo» y «bueno» define lo «bello» ha sido el paradigma de valoración del arte a través de todas las corrientes, escuelas, tendencias y géneros de arte. ¿Marcar en la piel de un esclavo (res) el símbolo de su propietario, podría ser considerado bajo los cánones de las vanguardias una obra de arte? Técnicamente, sí, ideológicamente, no. Esto prueba que el arte nunca ha sido técnica sino ética, prueba que la escritura, escultura y demás expresiones de arte, hoy, afortunadamente, condenan el medio empleado pero nunca la finalidad; o desdeñan el fin si el medio no responde a las necesidades éticas de quien produce arte, y en mayor medida, de quien hace valer como «arte» una cosa.
Lector, descuide si no entendió lo anterior: sucede que ni el arte se entiende a sí misma. Tan llena de contradicciones se encuentra, que su apariencia de certidumbre es un maquillaje facial que es «bello» mientras no pase de moda.
En algún momento las esculturas de Da Vinci tenían que aburrir a la especie humana, porque dejaron de prestar un servicio fiel a lo que las épocas dictan como «justo». Quedaron como testigos sagrados de lo que fue la belleza en tiempos remotos. Esas esculturas no son bellas, aunque produzcan admiración o perplejidad. Lo que tienen de bello es la historia que las rodea: la logística para conseguir el material, las negociaciones con el poder de turno, el diálogo con las sensibilidades y gustos de la época.
El arte, a pesar de todas sus etiquetas, ha sido naturalista a ultranza; si entendemos que las distintas formas de naturalismo (religioso, hobbesiano, etcétera) buscan legitimar «verdades» buenas justas y bellas, basadas en juicios de valor y no en juicios empíricos.
No hay objetivamente nada en La Fuente de Duchamp ni en Comediante de Cattelan que sorprenda más que la justicia de su intención: «Provocar» desde una posición jerárquica de autoridad. ¡Eso es arte! El que «provoca» sin tener autoridad o es un loco, o es un criminal.
Del mismo modo que una protesta pacífica es criminalizada por la izquierda en el poder, Pinoncelli (1933) fue arrestado por el crimen de orinar en la sagrada Fuente. Según Pinoncelli, era un legítimo performance que el mismo Duchamp aprobaría (si pudiera). El arte cuando no es un producto de la autoridad, se reduce a un capricho injusto, a una locura o, en el peor de los casos, a un crimen contra el poder.
El arte, mientras apele a aquellos juicios de valor (justo, bello, bueno) es y será naturalista porque justifica en la naturaleza de las cosas lo que produce la autoridad. Antes, dicha autoridad era la iglesia, después el monarca, le siguió la democracia liberal, a continuación, el totalitarimo… y en todos ellos el arte encontró razones «naturales» para acreditar su alienación al poder más «conveniente» (fuera este actual o potencialmente futuro). Raras veces «lo artístico» se identifica con el objeto. Lo usual es que el arte (moderno y contemporáneo) se identifique con el sujeto que la produce o con el que la posee con animus domini. Por ejemplo, el Blanco de Rockefeller es el nombre con que se conoce en el mundo del arte al Centro Blanco pintado por Rothko.
Quizás muchos artistas y escritores tratan de defender una tesis que separa las escuelas y generaciones artísticas por etiquetas, pero ello no los separa nunca de la idea aristotélica —muy problemática— del arte. Lo que cambia a través del tiempo es la justificación ideológica ¿Acaso no fue la industria (Bedfordshire) la legítima artista de la “Fuente«? La opinión autorizada nos dirá que la industria sólo es un mero accidente, que lo importante es la intención de Duchamp: que el readymade es más importante que la técnica que produjo el objeto; que la interpretación tiene más valor que el objeto interpretado. El comunismo que late en esas afirmaciones, respira todavía en lo que percibimos como arte. No es cierto que el capitalismo inspira y condiciona nuestra realidad. Lo cierto es que, según venimos constatando, la autoridad de un dictador benévolo y populista es quien nos dice qué cosa es arte y qué no lo es. Es un comunista disfrazado de librepensador quien nos guía en materia de arte. ¿Qué haríamos sin ese líder de los gustos —se pregunta la gente— maravillada de su habilidad natural para saber lo que es justo, bueno y, por lo tanto, bello?
¡Qué mal la pasa el capitalismo entre esa gente que critica la cultura de consumo, pero quieren vender como Cattelan una porquería burlesca en $120,000!
Tal vez, si Elsa von Freytag hubiese firmado el orinario con su nombre, su intención no hubiera sido ponderada con el mismo peso que la intención de Duchamp. Tal vez, si Pinoncelli hubiese orinado una estatua de Lenin en la unión soviética (en lugar de orinarse en la Fuente), su castigo hubiera sido más ejemplar: trabajo forzado en la Siberia.
Lo que justifica el arte es una moral de la naturaleza que, así como premia a la autoridad (cualquiera que sea su fuente de legitimidad), también castiga a quien tiene el «deber» ético de alienarse a ella.



En imágenes:
«Fuente»
(Urinario color blanco, marca Bedfordshire)
Técnica: Escultura, readymade (o found object)
1917
Duchamp (Autor oficial)
Elsa von Freytag-Lorynghoven (Dadaista. Pseudónimo: Richard Mutt. Presunta autora material)
Orinada
1933
Técnica: performance
Pierre Pinoncelli (neodadaista).
Resquebrajada leve con martillo
2006
Pierre Pinoncelli (neodadaista).
«Comediante»
(Plátano con cinta adhesiva)
Técnica: Instalación
2019
Precio de venta $120,000
Precio actual $150,000
Maurizio Cattelan