Las historias en Villa Pesadilla

MAYNOR XAVIER CRUZǁ Joel Molina se estrena como narrador con su primer libro de cuentos que lleva por título Villa Pesadilla (2021), una colección de diecisiete relatos y una ópera rock que funciona como otro relato más.

En la contraportada encontramos un comentario que reza “un objeto extraño e inclasificable”.  En mi opinión, podría haber sido una novela de realismo sucio fragmentada, como la que publicó en el 2014 Carlos Téllez, que lleva por título Hay una serpiente en mi boca.

Muy lejos de que este género tenga esta etiqueta satanizada, en los años 70 y 80 del siglo pasado el principal representante fue Charles Bukowski, ese poeta alcohólico y pendenciero que en sus tres novelas (Cartero [1971], Factótum [1975], y Las senda del perdedor [1982]) usó su alter ego de nombre Hank —quien también hace algunos cameos en su única novela de detectives, Pulp (1994)— en sus aventuras como asalariado y desempleado, mezcladas con su alcoholismo, las apuestas y el sexo; aunque Henry Miller fue de los iniciadores de este nuevo género narrativo cuando publicó Trópico de Cáncer en 1934, es a Jonh Fante al que se le considera el padre del realismo sucio con su tetralogía “La Saga de Arturo Bandini” (Espera a la primavera, Bandini [1938], Pregúntale al polvo [1939] Sueños de Bunker Hill [1982] Camino a Los Ángeles [1985]), otro de ellos fue William S. Burroughs al publicar El almuerzo desnudo en 1959; por Nicaragua veríamos algo parecido con la novela Managua, Salsa City (2001) de Frank Galich y los cuentos de Daniel Pulido, sobre todo en Asuntos del barrio (2007).

Pero, ¿qué es el realismo sucio? No es sino una evolución del naturalismo que nos legó Zola, cuando este se dio cuenta que los seres marginales, con sus vicios y sus carencias podían ser narrados en los cuentos y novelas. Eso y más encontramos en los autores estadounidenses antes mencionados, con menos descripciones y más centrados, desde mi punto de vista, en lo coloquial del lenguaje de sus antihéroes protagonistas.

Los personajes en el libro de Joel son un alcohólico que está en una cuneta y revisará entre la basura algo que pueda vender para comprar piedra crack (El milagro de la muerte), un docente en situación de calle, al que le dicen el filósofo (La causa final, La Blanca, El filosofastro), alguien que tiene varias semanas en la cama de un hospital, esperando el perdón de su hija (Sinestesia, La frontera), una niña a la que violan (Melcocho), un joven músico que consume todo lo que pueda hacerle olvidar el mundo real (La causa final, Discreta carcajada, El contrato, La Pitón, La Tragedia de Abaddon) y su novia sicóloga, quien trabaja en una ONG que atiende a mujeres víctimas de abuso (Discreta carcajada, Historia de vida), una prostituta a la que acusaron de bruja cuando ella era joven (La Pitón), quien tiene un hijo, Juan, que se vuelve un seminarista (Azar o destino, Verdadero Profeta), adicto al pegamento de zapato, que será golpeado con brutalidad en un rincón oscuro de un mercado al intentar salvar a una niña de una violación en manada por parte de unos “huelepega” (Sinestesia); dos jóvenes que trabajan en un hospital público, uno como enfermero (Sinestesia), quien le vende varios litros a un pastor (Historia de vida) y el otro, coprófilo, es pasante de laboratorio clínico (El amor es una mierda).

Todas las historias se conectan en algún momento, y los protagonistas más marginales serían potenciales modelos para las fotografías de Diane Arbus. Si seguimos agregando personajes, tenemos a alguien que capta señales del espacio exterior —dándonos una idea de que esta novela que no fue sería de ciencia ficción si la unimos con el monólogo del zombi— y en las señales hablan del nacimiento de un elegido (Non Serviam), también tenemos a un joven programador que después de conocer a una chica en un casino decide suicidarse atragantándose de pastillas en la periferia de un mercado mientras escucha la predicción de un muchacho de pelo largo (Azar o Destino); por otro lado, un reportero que sigue el caso del joven suicida y casi un año después se vuelve huelepega cuando grabó como abusaban a la niña en el mercado (Verdadero Profeta) y por último, una chica que decide regresar al país porque su padre se está muriendo (La frontera).

La elipsis dentro de estos relatos nos hace replantearnos el tiempo histórico de cada uno de los protagonistas, que abarca al menos unos cincuenta años si partimos de la historia de la Pitón, la gran prostituta pitonisa, hasta caer en la historia del joven músico que grabará cuatro discos de ópera rock titulados “La tragedia de Abaddon”.

Por otro lado, si hablamos de tipos de narradores usados por cuento/capítulo notaremos que pasa de un narrador omnisciente a uno en presente, luego narradores en primera persona y narradores testigos, y como un plus, uno de sus cuentos es un guion cinematográfico descriptivo con flashback: La frontera.

Villa Pesadilla es eso, los seres marginales pululando entre nosotros, mujeres postradas que sudan miedo, mocosos condones vomitados en el piso; donde viven ellos, los que no queremos ver pero que están cerca de nosotros.

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