Mi deuda con Daniel Pulido

Nocturno

Cuando él le pegó la primera bofetada a su esposa, la luna se desató a llorar inconsolable al darse cuenta que su blancuzca piel de satélite ya había perdido su sabor a miel.

Daniel Pulido

ALBERTO SÁNCHEZ ARGÜELLOǁ Quedé con Daniel Pulido en encontrarnos en la presentación de “Miedosos apuñando lápices y cuadernos: Muestra de narrativa escrita por jóvenes nicaragüenses” de editorial La Chancha. En aquel entonces yo estaba buscando minificcionistas por toda Centroamérica, esos seres escurridizos que, como dragones en los linderos de un mapa medieval, se agazapaban en un horizonte saturado de poetas y cuentistas.

Pulido —colombiano adoptado en suelo nicaragüense—había aparecido en mi radar literario primero como cuentista y después como un cultor de la narrativa breve. Ese 15 de julio del 2015 en la extinta “La otra embajada”,  me entregó su libro publicado en el 2004, con más minificciones que cuentos y así debería seguir el tono de este texto, pero la verdad es que ni estoy para escribir con seriedad académica ni Pulido se merece ese tipo de maltrato.

Tengo semanas —¿o serán meses?— de sufrir el acoso de Maynor Cruz, empujándome a escribir esto. Ese hombre debería ser cobrador.  Cada cierto tiempo, sus mensajes en redes, me recordaban mi deuda con El viejo librero, como también mi deuda con Pulido… ¿Y es qué le debo algo? Esa es la pregunta que me quedó resonando cuando Maynor me pidió colaborar con el homenaje a ese leonés honorario. Y sí, le debo a Pulido haberme mostrado que se puede hacer denuncia y crítica social con humor y buena literatura, algo que si bien es cierto ya había apreciado con la obra de Augusto Monterroso y Virgilio Piñera;  fue con Pulido que la pude catar en su plenitud cáustica y desenfado brutal. Ahora entiendo que parte de mis búsquedas al iniciarme en el ejercicio de la minificción siguieron las huellas de él: la crítica mordaz, lo fantástico como vehículo político; la crueldad como reflejo de una realidad que supera la ficción; la desacralización de las instituciones;  me ayudó a no convertirme en el mono que quiso ser escritor satírico, gracias a él supe que no se pueden tener amigos en la literatura y que es posible —y a veces necesario— morder la mano que te alimenta.

No me voy a poner a romantizar mi propia escritura, que está muy lejos de tener la rebeldía ácida que lo caracteriza, pero sí puedo decir que recién descubro que es uno de mis referentes y que gracias al acoso de Maynor  fue que me di cuenta.

Esa noche de julio hace siete años, hablamos poco, aunque recibí de sus manos uno de los trescientos ejemplares de Cuentos para leer en familia, publicado por Hediciones Guolestrit y Editorial Majague. Ahora lo saco de su estante y agradezco las dentelladas e imaginación sin freno que palpita entre sus hojas. Gracias por tu escritura Daniel, gracias.

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