Pasar revista a un pasado

MARIO LANZAS BENAVENTEǁ Para algunos narradores escribir novelas necesariamente pasa por el hecho de vivir una experiencia y después llevarla al ámbito de la ficción cueste lo que cueste.

En ocasiones, los escribidores se despojan de escrúpulos, pero siempre con un plan previamente concebido o puesto en práctica muy en plena batalla contra los fantasmas que evitan o procuran el ansioso objetivo de contar una historia.

A la vez, los fabuladores, incluso, deben buscar algo que les sirva entre los remotos recuerdos infantiles, juveniles, o en las memorias recientes y ¿por qué no? también en las remembranzas de terceros.

En fin, novelar puede ser el acto de desafiar al invisible futuro pasando revista sobre un desordenado y hasta caótico pasado, sin sumergirse en alguna suerte de convicción, más bien aferrándose a la bendita terquedad, recurriendo a los rigores de la disciplina, más que a las venias, al talento.

Al menos esa es la lección que me dejó la relectura de un brevísimo documento que acaba de cumplir cincuenta y un años de publicación, que es a la vez el génesis de una obra maestra.

El autor: Mario Vargas Llosa. La lección: Historia secreta de una novela. Setenta y cinco páginas que describen el origen involuntario, las razones irrefutables, los sólidos fundamentos, las fórmulas inimaginables, sugerencias sueltas, luces y guías que fueron determinantes para la creación (en años anteriores)  la novela magistral La casa verde.

Historia secreta de una novela no fue pensada por su autor como un libro ni como un ensayo, menos como una justificación para la novela (la novela habla por sí sola, es un hecho harto probado), es más, ni si quiera fue pensada ni escrita originalmente en idioma castellano y hasta tuvo que ser mejorada por una segunda mano.

Por el contrario, el entonces joven novelista peruano escribió estas cuartillas como él mismo lo confiesa: “en un rudimentario inglés”, para dictar una conferencia frente a los universitarios de Washington, Estados Unidos.

El texto, tiempo después dejó de ser enclenque gracias a la intervención académica de Robert B. Knox, amigo del futuro premio nobel que terminó mejorándolo, un gesto que Varguitas debió agradecer más que con una mera referencia.

El documento, en idioma anglosajón, fue leído por su autor el 11 de diciembre de 1968 (dos años después de la publicación de La casa verde), de pie ante los universitarios, apoyado en un pódium de madera, a viva voz y durante setenta minutos. Así culminaba un homenaje del alma mater a  su gran novela.

Conmovido por el interés del público de habla inglesa hacia la narrativa de un hispanoparlante que les leía en inglés, Vargas Llosa fue fraguando la idea de convertir esa ponencia a su idioma materno, con el genio, la figura y el sello característico del peruano en formato de libro breve y novedoso.

La conversión de escritura a máquina para imprenta, de inglés a castellano, de cuartillas a páginas numeradas en notorio color verde y papel común, tuvo un tiempo de trabajo de tres años y seis meses, hasta que se publicó en Barcelona, en junio de 1971, por Tusquest Editores y un diseño de portada del joven ilustrador español Ángel Jové.

Vargas Llosa está acostumbrado a desarrollar su inteligencia anecdótica valiéndose de su destreza y habilidad de fabulador y eso es este pequeño libro: una agradable anécdota, amparada en la sutil potencia de la memoria, tomando con pinzas y casi sin esfuerzo los recursos y ventajas de la narrativa.

En este libro viaja del pasado al presente, de un lugar a otro, poniendo voces y rostros, confundiendo apodos, nombres y gestos, todo prácticamente al mismo tiempo, en el fondo no se dejan ver las anécdotas, sino las historias oportunas y suficientemente detalladas, de manera que se revelen los secretos que deban revelarse y los que no, que sigan en su escondite hasta que alguien los vea.

Sin embargo, el libro no se presupone como una clave única que deben seguir los nuevos escribidores que buscan incansablemente esas piedras angulares o el santo grial en el arte de escribir ficciones, tomando como modelo a los maestros.

El libro no es un curso de narrativa, es una serie de pautas, ideas que el autor llevó a la práctica, le resultaron, y le siguen resultando. Probó con el simple ejercicio de recordar su niñez, sus viajes, sus anotaciones, volver a viajar, anotar de nuevo, fijar por escrito las escenas de su niñez ya con mayor precisión. Le sirvió, además, hablar con la gente, hacer anotaciones nuevas, empezar a escribir, destruir borradores, empezar y desechar ideas (o transformarlas), probar técnicas, cambiarlas, resaltar un personaje, reducirlos.

Le resultó también escribir algo sobre un lugar y hacer lo mismo con otro y después como una locura fusionar los dos lugares narrativos, armar el caos, ordenarlo y empezar de nuevo.

En el libro, el autor aclara que la frustración esta encima del escritor y en un inesperado momento te grita que no sigás más, que es muy difícil, que eso no es práctico. Pero afirma: “quien renuncia a su vocación por razones prácticas, comete la más impráctica idiotez”.

Entonces debía asumir una postura, dice: “nadie nacía novelista, uno se hacía escritor”. La idea era escribir una novela sin inspiración “a base de puro empeño y sudor”, “terquedad, trabajo y paciencia”. Y es que según el autor “si la inspiración existía para los novelistas, nunca sería uno de ellos”.

En este libro Varguitas sugiere que, para los novelistas, los recuerdos invaden con insistencia hasta que se vuelven obsesiones: “descubrí que las novelas se escribían principalmente con obsesiones y no con convicciones”,

En lo general, Historia secreta de una novela pone en evidencia que no sólo se necesita tener madera de escritor para serlo, porque hay escritores con talento, pero carecen de obsesiones, un escritor sin obsesiones corre el riesgo de nunca contar sus historias secretas, en ningún idioma y sin atravesar los límites de su propia persona, sin personajes, ni proceso de escritura, ni significados.

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