GABRIELA GONZÁLEZǁ La labor del maestro es dura, no lo dudamos, y es a la vez sensible, altruista y tiene también algo de optimista y utópica, aunque tal vez el maestro no sea del todo consciente de eso. En nuestro país esta misión se celebra el 29 de junio en conmemoración a la gesta de un joven rivense contra los piratas, de esos comandados por William Walker en 1855, mientras una plaza de su ciudad estaba tomada, ya que los filibusteros atacaban desde una casa estratégicamente situada, el joven corrió con una antorcha encendida, con el objetivo de provocar un incendio y así los piratas salieran de su fuerte, ese joven era Emmanuel Mongalo y Rubio, maestro rural que después de semejante gesto de valentía y patriotismo se convirtió en héroe nacional y aún así continuó ejerciendo la enseñanza hasta su muerte en 1872.

Es curioso, porque hasta 1978 el día del maestro se celebraba el 11 de septiembre, igual que en Argentina, osea, conmemorabamos la muerte (1888) de Domingo Faustino Sarmiento, expresidente de ese país e impulsor de la educación pública, universal y laica, obviamente una visión muy encomiable, pero nos deja ver que nosotros siempre preferimos lo de fuera que a la nuestro, incluso con nuestros héroes. 

La educación es primordial para la vida y el desarrollo individual y colectivo. La figura del educador es sumamente importante, seguro que en mayor o menor medida, para bien o para mal alguno nos ha marcado y posiblemente alguna enseñanza más allá de lo académico recordaremos. Son muchos los artistas que han dedicado sendos homenajes a estas figuras y a la educación en general, muchas obras han pasado a la posteridad, como los murales de Diego Rivera en las paredes de la SEP (Secretaría de Educación Pública) en Ciudad de México o los poemas de Gabriela Mistral tan compartidos en esta fecha; el séptimo arte como imitación de la vida, no se podía quedar atrás.

Clásicos en blanco y negro o clásicos modernos, son ya muchos maestros de cine los que forman parte del imaginario popular. Como la interpretada por Michelle Pfeiffer en Paraíso de pandillas (John N. Smith, 1995), Julia Roberts interpelando a sus alumnas con “…¿acaso un corsé las hará libres?” en La sonrisa de Mona Lisa (Mike Newell, 2003) o Robin Williams dotando de absoluto sentimiento ese verso: “oh capitán, mi capitán” de Walt Whitman en La sociedad de los poetas muertos (Peter Weir, 1989), todos ellos llenos de vocación y convicción, yendo más allá de sus simples funciones o de lo que el sistema espera de ellos.

La relación maestro-alumno en el cine ha alimentado algunos clichés, la de la maestra dulce super dulce como la señorita Miel de Matilda (Danny DeVito, 1996) adaptación de la obra de Roald Dahl y que vimos en pantalla todos los que crecimos en los noventas, ese Sócrates García bueno buenísimo que nos legó Cantinflas en El profe (Miguel M. Delgado, 1972) que nos hace reír y emocionarnos a partes iguales o la cándida Hisaki que poco a poco se hace querer y es aceptada en la isla a la que llega en 24 ojos (Keisuke Kinoshita,1954) clásico del cine japonés de posguerra.

Hablando de idealización, si pensamos en profesores con carreras exitosas creo que a la mayoría de lectores se nos viene a la mente C.S. Lewis, J.R. Tolkien, Joyce Carol Oates o Anne Carson, grandes nombres y casi patrimonios de las más prestigiosas universidades, y no pensamos en todos esos anónimos que van enseñando las primeras letras, esos que logran que podamos escribir ese primer mama y logra que sumemos el primer 2+2, en esos maestros rurales que ante el abandono y falta de recursos tienen todo en contra. 

El cine también ha explotado la figura del mentor, pienso en Yoda y Luke Skywalker esencia y alma de Stars Wars (George Lucas, 1977), ese aprendizaje continuo del quehacer y filosofía del maestro basado en el cine clásico de samuráis, pienso en El nombre de la rosa (Jean-Jacques Annaud, 1986) basada en la exitosa novela de Umberto Eco donde el monje enseña con perspicacia y método al joven novicio la delicada empresa que es investigar y resolver un asesinato. 

Pero no siempre el mentor cuenta con esa vocación casi cristiana como en la visión de Gabriela Mistral, también hay casos de malos maestros y malos alumnos como el caso narrado en Apt pupil de Stephen King, que aparece en su libro Las cuatro estaciones y adaptada al cine por Bryan Singer en 1998 con el malogrado Brad Renfro y el siempre genial Ian McKellen, no siempre nuestra etapa escolar es una buena experiencia y más bien nos daña de por vida como cuenta Almodóvar en La mala educación (2004), o nos puede exponer al peligro como La profesora de parvulario (Nada Lapid, 2014) que se decide a proteger el talento de su pequeño alumno a pesar de todo y todos.

No olvidemos que hablamos de personas y nadie es perfecto, cuando adquirimos conciencia podemos ver que, a quien tenemos frente a nosotros, puede ser un cabrón o un total perdedor como Frank en Pequeña Miss Sunshine (Valerie Faris y Jonathan Dayton 2006) interpretado de forma entrañable por Steve Carrell, en Half Nelson (Ryan Fleck, 2006) nos encontramos con un melancólico y adicto profesor, que necesita tanta ayuda como sus conflictuados alumnos, papel que le valió a Ryan Gosling su primera nominación al Oscar como mejor actor. 

Pero no sólo Hollywood ha explotado estos temas, el cine francés desde sus inicios cuenta con innumerables ejemplos, centrándose sobre todo en la rebeldía de los alumnos, personajes incomprendidos que se rebelan contra la autoridad, lo vemos en Cero en conducta (Jean Vigo, 1933), pasando por la Nouvelle vague encontramos títulos como Los 400 golpes (1959) o El pequeño salvaje (1969) ambas de François Truffaut. Más que famosa es Adiós, Muchachos (Louis Malle, 1987) o Los chicos del coro (Christophe Barratier, 2004) y en las últimas décadas también encontramos conflictos multiculturales entre jóvenes inmigrantes o hijos de extranjeros, que obviamente se reproducen en las aulas por ejemplo La profesora de Historia (Marie-Castille Mention-Schaar, 2014) o La clase (Laurent Cantet, 2008) ambas muestran lo difícil que es la educación y la disciplina en adolescentes conflictivos y que se saben marginados, nos muestran las dos caras del profesorado.

El cine inglés, por su parte, es muy de poner el foco en sus buenos educadores, en el deber ante las vicisitudes como en Adiós, Mr. Chips (Sam Wood,1939), se recrea orgulloso también de sus míticas universidades por las que han pasado grandes mentes de las letras y las ciencias en El hombre que conocía el infinito (Matt Brown, 2015) nos muestra la relación de los matemáticos G.H. Hardy y el entonces joven Srinivasa Ramanujan que haría luego grandes aportes a esta materia, en An education (Lone Scherfig, 2009) una joven brillante pone en riesgo su futuro académico pero consigue, gracias a su maestra, que no la juzga, aprovechar una segunda oportunidad. 

También están esas historias de simbiosis en las que maestros y alumnos aprenden los unos de los otros como en Los que se quedan (Alexander Payne, 2023), Escuela de rock (Richard Linklater, 2004), o la española Vivir es fácil con los ojos cerrados (David Trueba, 2013) y ya que menciono a España debo recomendar La lengua de las mariposas (José Luis Cuerda, 1999) y El profesor que prometió el mar (Patricia Font, 2023), ambas retratos de una época dura donde la rigidez tradicional y religiosa aplastan cualquier atisbo de avance democrático y de pensamiento. 

Apostar por la educación no es una idea romántica, al contrario, es una lucha por la vida, Latinoamérica se encuentra aún en construcción y frente a la dura realidad hay que conservar la esperanza. Debe ser muy gratificante ser parte del éxito y ver que a quienes has formado consiguen sus logros, como igual de gratificante es para los alumnos encontrar una voz amiga y guía. Por eso, en ese primer día de escuela, en el que recién bañaditos los niños van nerviosos pero ilusionados; tan necesario como la mochila, el cuaderno y los lápices lo es también el encontrar en esa aula a un buen profesional y sobre todo a un buen ser humano.