El día que las ratas se tomaron la ciudad

DANILO JARQUÍN ǁEn este primer mes del año 2020 hay mucho material si se quiere hablar de pandemias, tentativas de guerra mundial, los incendios apocalípticos de Australia, y ahora un nuevo virus capaz de instalar la paranoia a escalas globales. Empezamos fuerte. Entonces aparece las preguntas: ¿por qué deberíamos seguir leyendo sobre más catástrofes?, ¿no son suficientes las miserias del mundo real? ¿Para que ir a la ficción de un clásico?

La peste de Albert Camus, el filósofo del absurdísimo, es para mí un ejemplo excelente para mostrar lo que tiene de asombroso ese aspecto humano que nos une a todos desde la cuna, que son, la impotencia ante la muerte y el dolor, en toda su amplia expresión, temas tan universales y repetidos pero inagotables en la mano indicada. Y qué mejor mano que la de este romántico prosista dueño de un Nobel.


Sintetizada en unas líneas, narra la historia de Oran, una ciudad de Argelia de los años cuarenta y pico —no se especifica el año—, esta es una ciudad como cualquier otra, alegre, con sus puertos, su comercio, su atractivo de provincia, pero descrita como fea y sin gracia por su protagonista.


Un día empiezan a aparecer ratas muertas, lo cual parece ser un hecho aislado ¿Qué hay de raro en unas cuantas ratas muertas? Hasta que esto comienza a ser algo habitual, luego empezaran a aparecer por decenas, cientos, miles de ratas amontonadas por todas las aceras. Lo peor sucede cuando las personas empiezan a desarrollar la misma enfermedad que las ratas y mueren de idéntica forma y para un mismo destino en números. Esta muerte cuya causa la gente no se atreve a mencionar, la peste, es la misma enfermedad que mató a un tercio de la población de Europa, vuelve ahora a amenazar esta pequeña provincia aislada.

¿Qué queda esperar cuando la resurrección de este azote opaca toda esperanza de vida? Nuestros “héroes” son humanos, y el enemigo es tenaz y muerde hasta matar, ¿qué hará un puñado de humanidad para resistir esta guerra en el aire, ese odio a algo sin rostro, la amarguísima impotencia de ver una tortura sin verdugo, una tortura que tuerce y exprime sin misericordia?

De esto va La peste, de lo único que queda por hacer cuando todo va de mal a peor, lo cual es seguir intentando y fracasar y volver a intentar y volver a fracasar,  puede sonar a un cursi cliché de autoayuda, y quizás lo sea, al ser expresado así de injusto, pues su belleza además de estar en una lección de vida, se encuentra en su forma, la manera en que está escrita, narrada en tercera persona y con una sobriedad que no se espera al  tener que relatar el terror de la amenaza de muerte; su lenguaje es sereno, no busca la constante exaltación del lector, le interesa más la reflexión, la exposición de ideas, y aun así logra construir imágenes pulidas, que son capaces de quedarse en la mente del lector como pinturas imaginarias;  se podría decir incluso que la novela entera es una excusa para expresar las ideas de Camus ante las grandes cuestiones del hombre y la vida; aborda temas como Dios, el absurdo de la muerte, el sentido del dolor y la importancia del humanismo.

Es una historia sin héroes, sin grandes hazañas dignas de panegíricos, es más una historia de resistir, aunque las estadísticas vayan mal, sobre cómo sobrevivir a fronteras cerradas en una cuarentena que nos deja solos bajo el cielo cuando la esperanza es una lejana utopía, y sobre cómo el dolor, sentido en plural, es capaz de unirnos y de difuminar prejuicios, de darnos a todos el mismo valor como un solo recurso humano, contra un mismo enemigo: la desesperanza.


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#LaPeste #AlbertCamus

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