EDDY SALGADOǁ Balastro es una oportunidad para viajar en el tiempo, y encontrar la identidad de un pueblo. Básicamente, esto es que nos regala Pedro Avellán Centeno en una obra genuina cargada de datos y anécdotas.
Además de ser transportado al pasado, el lector es atrapado con un estilo descriptivo exquisito para los sobrevivientes y hasta generaciones que llegaron a conocer la “torre” de la mina, un símbolo distintivo para los comunitarios, que sobrevivió hasta los noventas, antes que el sol, la lluvia y el viento dieran paso a su inmortalidad en fotos, cuadros y recuerdos: “allá, abajo –escribe Avellán una vez ha descrito la torre— en los túneles, no hay diferencia entre el día y la noche; no hay diferencia entre vivir o morir” transportando, de esta manera, la faena que empezó en 1870, después de que dos extranjeros, un alemán y un norteamericano, descubrieran los yacimientos de oro en el lugar que posteriormente sería nombrado Siuna.
Otro aspecto que define esta novela es la extensión a los conflictos políticos de la época de Somoza:
“Cada día los noticieros de oposición al régimen denunciaban y condenaban el hallazgo de cadáveres de estudiantes asesinados por la Guardia Nacional. Las costas del lago Xolotlán bramaban por cada atrocidad que cada noche cometían los esbirros de Somoza.”
En Balastro nos encontramos con la dolorosa realidad de un pueblo que se fundó en piedras de sudor y sangre; erigido con ambición, y asesinatos despiadados, donde las grandes compañías extranjeras se enriquecen sobre los cadáveres de los indígenas, quienes, además de ser desplazados de sus tierras y recursos, morían aterrados o quedaban con enfermedades crónicas.
La novela es entretenida y sorprendente. Es difícil no dejarse impresionar por la habilidad de Avellán de trasladar al lector a cada una de las escenas y por los giros inesperados en la trama, Balastro es una gran novela sobre nuestro caribe.