DANILO JARQUÍNǁ Esto es autobiográfico: en mayo del año 1961 Jaime Sabines descubrió que su papá estaba enfermo de un cáncer pulmonar del tamaño de una bola de billar y comenzó este poema mientras lo veía fallecer; lo concluyó tres años después porque no quería tocar el tema; su amigo pintor Alberto Gironella le aconsejó que lo terminara aunque fuese incómodo, aunque doliese.
Hablar de luto y de muerte en la poesía no es nuevo, pero hay poemas que son diferentes, tienen dentro de sí versos que no nos tienen lástima, son timón en la tormenta o un mantra salvavidas. Me temo que este no es el caso, tenemos un puñal que rompe la garganta, derrama como aceite hirviendo una absurda realidad, una narración que no podía ser escrita de otra forma.
El autor nos da su recorrido antes y después del luto, una linealidad fracturada por capítulos que podrían ser poemas distintos, aunque ayudan al lector a establecer los tiempos, situaciones y ritmos del mismo. Somos los ojos de un hijo que ve la agonía y muerte de su padre, somos también la presencia de ella. ¿Cómo es posible hacer tan palpable el dolor que parece inherente a las pérdidas?
Jamás había leído una desesperación tan recia; Algo sobre la muerte del mayor Sabines (1973) no busca nada, encuentra esa descarga humana de todo lo resistido, un compromiso con la muerte ajena, nos enfrenta a un hombre desangrado y sumergido en un pozo, “maldito el que crea que esto es un poema”.