OMAR ELVIRǁ Denuncia y cuestionamiento al poder, afán de provocación, exploración de las posibilidades del lenguaje, son algunos de los componentes presentes en El dueño de la pelota (400 elefantes, 2011), segunda recopilación de cuentos publicada por Juan Sobalvarro (Managua, 1966).
El libro está dividido en dos partes. La primera trae los cuentos más extensos, entre los que destaca el que da nombre a la obra. El dueño de la pelota controla el juego, detenta el poder y el autor nos introduce en un universo aparentemente inocente en que las reglas son claras: quién manda y quién obedece. Narración trepidante que bien podría estar en una antología temática sobre cuentos de fútbol.
Al cuento inicial lo suceden una variedad de textos heterogéneos, en algunos el lenguaje es casi un personaje más y Sobalvarro logra construir a partir de acciones apenas esbozadas, narraciones breves pero densas. (Los que vivieron la película, ¿Cómo cruzar la calle?). En otros, se recupera por momentos el ritmo inicial y nos encontramos con un manejo bastante acertado de los diálogos para darle cuerpo al argumento (Casi una anécdota), o con finales inesperados (Ariadna en su laberinto). Sin embargo, hay también piezas que, por ¿experimentales?, sacrifican intensidad y contundencia y cuya lectura se vuelve cansina (Abelardo secuestrado, Viajar a Costa Rica).
El autor visibiliza la riqueza de la cotidianidad diaria para reflexionar sobre la situación de las clases populares en la Nicaragua posrevolucionaria. Lo vemos en Casi una anécdota, donde la acción es un diálogo entre taxista y pasajero:
“… yo ahí anduve combatiendo, volando verga por la revolución, ahora decime ¿para qué? todos estos hijueputas se hicieron millonarios y uno sigue comiendo mierda”.
Igual en Cinco hombres:
“… El parche nocturno que es Managua estaba difuso entre luces miccionadas con ardor de barrio. Gangrena y lubricidad. El viudo bus anginoso, único habitante de la penumbra almacenaba cuerpos asalariados por el hambre. El anonimato extenuado reproducido en serie.”
Aquí, el tono del lenguaje se mantiene hasta llegar al clímax en que se refiere una violación anterior a los hechos narrados mientras el relato principal avanza a punta de construcciones que exploran los alcances del idioma.
La segunda parte del libro, titulada Menudo, ofrece catorce minificciones que al igual que el resto del material presente en la obra, acusan un nivel dispar en cuanto a logro narrativo. Transcribo mis favoritas:
Fanáticos
¡Mueran los ricos! –gritó el caudillo en plena plaza. Y allí mismo lo lincharon.
El idiota.
También ríe con saña.
El dueño de la pelota, libro breve, desigual en la calidad de su contenido, nos regala una muestra del trabajo de su autor, de los logros estilísticos que ha alcanzado en el ejercicio de su labor, pero también de sus limitaciones. Su mayor acierto es mostrar cómo el día a día de la gente puede albergar un lirismo a veces insospechado y cómo la brutalidad con la que convivimos resulta motivo estético.