HOLBEIN SANDINO RUIZǁ Adán pone el ojo, apunta, dispara. Apenas suena el estampido del balazo, sale en barajustada detrás de su amigo Eulalio para recoger la pieza de caza.
Así fue, pero…
Cuesta figurarse al músico y compositor Adán Torres tomando puntería con un rifle. Y es que la idea que uno tiene de él es la de un artista cariñoso, o de un pacifista obstinado que una vez hasta se contrapunteó con un sujeto que llegó a quererlo obligar a coger un arma para matar hermanos.
Es más sencillo divisarlo absorto, inclinado sobre el escritorio de su casa afinando un fusil más pequeño: el lápiz con el que desde el parapeto de su cerebro dispara palabras y frases.
El Tirador, autobiografía en cuentos (Managua, Cinéma Editions, 2021), es quizás un libro de anécdotas más que de cuentos. Pero el que sea lo uno o lo otro sale sobrando porque lo que sí realmente importa es que en esas sus historias nos agarra de la mano y nos jala a través de un espacio-tiempo coloreado en sepia terroso; y al suave, nos va llevando por un viaje pringado de garúas y espolvoreado de olores y sabores de pueblo y de monte.
Con lenguaje coloquial nos deja ver vivencias que destilan nostalgia perra; aquella nostalgia que no te suelta por nada del mundo vayás donde vayás. Una cabanga que se va desprendiendo de las páginas del libro despacito, despacito, con la idéntica suavidad con que el olor caliente del pan dulce se escapa del horno de barro de la panadera.
Desde lo bajo de la prosa honesta de Adán van supurando emociones. Sentires que se desplazan de la risa al lloro: por su familia, por su gente, por sus amores y amistades, por el desencanto y la tragedia de su pueblo. Todo rejunto en un padecimiento perpetuo. Pero, ¿habrá algo que a Adán le duela más todavía? Quizá. Quizá que le hayan escamoteado su destino natural: vivir y morir en su Nicaragua apacible.
Los primeros años de Adán Torres. Los años de su país. Los años de Nicaragua; esos corretean inocentes entre las páginas de El Tirador. Y aunque todo el tiempo escribe en tono distendido y jocoso, se nota que al viejo compositor todavía se le retuerce el alma con el recuerdo de las cosas.
La edición, arte y cuido de El Tirador son impecables. El prólogo de Erick Aguirre Aragón, generoso. Al tacto y a la vista es un libro guapo; y eso ya es mucho, sobre todo aquí, donde no somos muy adelantados en estética editorial.