La piel, la maternidad y la figura paterna

MAYNOR XAVIER CRUZǁ Lograr un poemario sólido es algo difícil para cada escritor; escoger entre la marea de textos los que pueden formar parte de un libro en un asunto más de precisión que de un simple antojo. Temas sobran, y sin embargo buscar que lo que se dice suene fresco lleva mucha mucha transpiración; en ese sentido, la poesía escrita por mujeres ha tenido muy buenas representantes que en las últimas dos décadas han sabido ganarse un espacio dentro de la literatura nicaragüense. Nombres hay para escoger: Jasmina Caballero, Yaoska Tijerino, Gema Santamaría, Esthela Calderón, Alejandra Sequeira, Martha Leonor González, Marcia Ondina Mantilla, Blanca Castellón,  Andira Watson y la lista seguirá creciendo y creciendo, pero hoy me detendré en Madeline Mendieta y su tercer poemario Verás que no soy perfecta (2021).

Publicado bajo el sello de la editorial Casasola está divido en tres secciones: Errótica, Pachas y mamelucos, ¿Dónde estás, papá?  En los mismos, asistimos a un desprendimiento de ternura, a alguien que ama a su hombre como solo las mujeres saben amar, asistimos a las confesiones de ella siendo tres en una: mujer,  madre e hija. Son los recuerdos y las emociones que provocaron estos tres estados por los que ha pasado.

De la primera sección (Errótica), un neologismo entre errático y erótico con veintisiete textos, hay tres poemas extensos que son de antología: “Verás que no soy perfecta”, “Hay hombre derramado en mi cuerpo” y “Mientras todo esto pasa, yo absorta bruja, te observo”.

En el primero de ellos, homónimo del libro, asistimos a una confesión, un currículo contado en primera persona, ella nos manifiesta sus fallas mezcladas con sus virtudes, es una mujer que ama y se deja amar, que lleva treinta y seis años soportándose y queriéndose tal y como es, y no le importa cumplir ciertos requisitos femeninos para un hombre se enamore de ella porque “sabe que alguien la quiere, aun con ese laberinto de defectos”.

El segundo poema es una lista de una mujer que ve la presencia masculina absorbiéndola y con la anáfora “Hay un hombre” nos va contando lo que hace él con ella “hay un hombre que me inyecta mentiras y yo acaricio su pelo…”, “hay un hombre que me observa con lascivia desde el fondo de un pozo”, aunque por momentos ese tipo que agota sus espacios cambia, se pone dulce, un  enamorado que no sabe que pronunciará su nombre, que está hecho de risas, que lanza sus tramoyas y la saca del cieno, o que enciende su carne y hierve con ella;  el cierre del poema es maternal,  pues ese hombre mitad héroe, mitad villano  palpita como cigoto en su vientre.

El tercer poema está escrito en prosa, narra las cosas que puede hacer por  amar, suelta la imaginación mientras lo ve dormir a su lado, mientras imagina achicarse en su pecho, y las estrofas tres, cinco, siete y nueve nos repite el estribillo que da título al poema: Mientras todo esto pasa, yo absorta bruja, te observo.

La segunda sección (Pachas y mamelucos) contiene dieciséis poemas dedicados a la maternidad desde, durante y después del embarazo, arrancando con el poema de una niña cuidando una muñeca porque a los nueve años es tan simple ser mamá, juegas con la muñeca y nada es imposible, y la sección cierra con una leyenda popular, una llorona contemporánea llorando por los nuevos muertos, esos hijos desterrados, fusilados, secuestrados, hombres que han desaparecido o los han hecho desaparecer. El espectro es la voz de las que perdieron a sus hijos.

En la última sección (¿Dónde estás, papá?)  contiene diez poemas, en nueve de ellos el recuerdo de un padre se desgrana en los textos, en las fotografías, en la música que escuchaba junto a su hija, en las botas de cuero y sus pantalones. Es la memoria de la autora dándonos las señas particulares de ese hombre que caló en su vida, esa recia voz que empuja truenos y roncos retumbos. También, nos habla de ese padre llamado Pedro Páramo: el hombre fantasma de un pueblo muerto, “Juan, Comala ha muerto”.

Como bonus, el último poema (Camino de regreso) es dedicado a la memoria del escritor Francisco Ruiz Udiel, amigo de la autora, y que se ha cumplido una década de su fallecimiento.  “Te doy este poema ̷  y me detengo en esta coma” le dice y le deja un camino lleno de migas de pan para que regrese a casa, esa casa en la que también lo estarán esperando otros amigos en común.

Madeline Mendieta logró en Verás que no soy perfecta tratar de forma madura el erotismo, el proceso de adaptación de mujer a madre, y la figura de un padre desde el recuerdo de una niña y la mujer, el legado que dejó en ella, y lo único que hace falta es lectores que lleguen a la obra y salgan tan satisfechos como yo he salido.

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