Diez semillas que sembró la Luna

ALDO ALDANAǁ Lo primero que leí de Ricardo Pasos Marciaq (1939) fue su, también, primer novela El Burdel de las Pedrarias (1995), la cual aborda una polémica y muy poco conocida faceta de doña Isabel de Bobadilla, esposa del cruel conquistador Pedrarias Dávila, esta obra ha tenido buena aceptación   por su estructura, contenido y documentación. Es importante mencionar que antes de eso, el autor nicaragüense ya había publicado su prosema histórico Nicarao Cali Teote Güegüense (1993).

Con su tercera publicación Las Semillas de la Luna (1996), el autor explora su fase de cuentista, siendo su fuente de información la tradición oral nicaragüense, tan rica en leyendas y mitificación de personajes que han construido la historia de Nicaragua. Diez cuentos que exploran las raíces de nuestra historia y la rica mezcla de realidades y ficciones que nos identifican como nicaragüenses.

Vemos a frailes santos enfrentándose a indios bravíos y mujeres serpientes, a otros frailes no tan santos atormentados por su conciencia, por su codicia o en contacto con el infierno mismo. Vemos con recelo a la yegua andaluza llamada “La Cordobesa” del general Arrechavala atormentando las noches de León, a un gato siniestro que mató a un Obispo, o al Padre Phallais, y la carreta nagua, por ahí la llorona clamando por su hijo y otros embrujos más.

Lo novedoso que nos propone es el genial intento de desmitificar el mito, de aterrizar la leyenda, y, por qué no decirlo, de denunciar lo que ha marcado la historia de la humanidad durante siglos y siglos. Historias de oprimidos y poderosos, de soñadores y optimistas, de héroes y anti héroes, de un país que soñó ser grande y se lo sigue creyendo.

La oralidad es sin duda lo que ha constituido la identidad de un pueblo, es la principal fuente de información para Pasos Marciaq, que logra el efecto de trasladarnos a noches de luna escuchando cuentos de nuestros abuelos, capaces imprimirle colores y olores un relato corto. El autor ya había demostrado esta capacidad de construcción atmosférica de manera magistral en El Burdel de las Pedrarias, con Las semillas de la Luna, se condensa aún más.

La historia de Nicaragua es apasionante, está llena de vericuetos exquisitos que muchos autores han hecho suyos, como Enrique Alvarado Martínez (1935) con su novela Doña Damiana (1999) que al igual de Pasos Marciaq se deja embrujar por esa dama con vestido incoloro llamada memoria y nos regalan de manera descarnada y sin tapujos los verdaderos rostros de un pueblo que sigue creyendo en leyendas.

El nombre está bien escogido y esconde en sí mismo la naturaleza de los cuentos, La semilla, lo que la tierra recibe, la que fecundada hace brotar, la luna, por su parte, astro idolatrado y representando ese culto a lo femenino que marca desde siempre a nuestro folklore. Así cada cuento viene a ser una semilla, cada una es una muestra entre la realidad, el imaginario popular y la leyenda mágica de lo que fuimos.

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